domingo, 1 de abril de 2012

(20) Sierra de Gredos y Hoyos del Espino



Lo lamenté mucho, pero finalmente decidí abandonar el paraíso de Avellaneda y volver un poco a la "civilización". El tiempo fue diametralmente opuesto al del día anterior: frío, humedad, muchas nubes y algunas gotas. Pero no importó, pues era primavera y había que esperar cualquier cosa.

Puse rumbo hacia El Barco de Ávila, pues me quería aprovisionar de las proverbiales y gustosas alubias de la tierra, y también de pan (aunque, todo hay que decirlo, a años luz del que hallé en Horcajo Medianero). Pregunté a la señora de la tienda si la carretera de acceso a la Plataforma de Gredos era buena, y me aseguró que sí. Le di las gracias no muy confiado, pero no me engañó en absoluto: relativamente amplia y bien asfaltada, se asciende con mucha comodidad.

Una vez en la Plataforma de Gredos, a la que llegué hacia el mediodía, inspeccioné el lugar, y me situé tras un caracol francés en uno de los reservados pintados para los autobuses. No me gustaba nada hacer aquello, de modo que tras comer cambié de sitio y aparqué en los lugares habilitados para coches, con algo de pendiente pero, al menos, legalmente estacionado.

Tras un descanso y la consabida friega de platos, me preparé y salí de 'casa' para iniciar el ascenso (hacia quién sabía dónde...) por una senda que partía desde allí. Justo al mismo tiempo, y pese al desagradable ambiente, una impresionante caterva de familias, grupitos y parejas con perritos iniciaron el ascenso conmigo. Las rocas de la senda, resbaladizas por la lluvia ligera, nos hacían caer de culo cada dos por tres, pero la gente se lo pasó bien...



Bueno... se lo pasó bien hasta que cayó el diluvio, claro. Supongo que no dedicaron mucha atención al cielo, porque de haberlo hecho seguramente no hubiesen salido de casa, o al menos se habrían abrigado y protegido algo mejor bajo un paraguas o un grueso chubasquero (el cielo estaba negro, amenazante y parecía tener muchas ganas de traicionar nuestra confianza...). El hecho fue que, en cuestión de un par de minutos, descargó con una fuerza tremenda, agua fría y acerada, que pronto se convirtió en pequeño granizo...

Así que, ¡ala! todo el mundo corriendo senda abajo tapándose con las manos la cabeza (las suyas o las de sus pequeños...), maldiciendo y acordándose de los muertos y tal... Fue una escena divertida, yendo todos hacia la Plataforma como posesos, resbalando sin cesar y chillando por los chuscos que les caían encima... Yo, que tuve más suerte al no olvidar mi maltrecho paraguas, no permití que aquello me aguara la fiesta; no había hecho aquel trayecto para que una vulgar granizada de primavera me impidiera llegar hasta el corazón de la Sierra de Gredos (aunque, es justo reconocerlo, a la vuelta estaba completamente empapado por el molesto viento que convirtió mi paraguas protector en un trasto inútil y molesto).



El ascenso me dejó paisajes de gran belleza: bloques de granito repletos de musgos, laderas con nieve residual que dificultaban la marcha (pero era un gusto pisar nieve en pleno mayo...), pequeños lagos fruto del deshielo, que combinados con un cielo negro conferían al ambiente un extraño efecto surrealista (las fotos están tomados en el trayecto de regreso, cuando el temporal cesó de repente, así que no se aprecia en toda su dimensión...).

Llegué al mirador de Gredos y, aunque tenía previsto bajar hasta la Laguna Grande, tuve bastante con quedarme casi una hora allí, con la espectacular visión del circo glacial en toda su enormidad y preciosidad... El pico Almanzor debía estar allá arriba, en algún lugar, pero las nubes ocultaban las cimas del circo. En cualquier caso, recuperé las fuerzas, atravesé parajes llenos de nieve, aguanté como pude el paraguas bajo el vendaval, y disfruté como un niño, casi solo en aquellas tierras altas y espléndidas dada la espantada de turistas y domingueros...

Quería pernoctar en Hoyos del Espino, en un párking que hay justo al inicio de la carretera que llevaba a la Plataforma (en ésta sólo pueden, las autocaravanas, estacionar hasta las 22 horas, si mal no recuerdo), ya que vi a un par de caracoles allí mismo y siempre es bueno pasar la noche al lado de hermanos de viaje, pero cuando llegué y les pregunté si había algún problema, me dijeron que ellos habían pedido permiso para hacerlo, pues se requería. Lo extraño, y absurdo, es que fuera del párking (que era libre y gratuito, por supuesto) podías pernoctar sin problemas... Irritado y molesto, salí del párking, y sin gana ninguna de buscar un sitio adecuado, aparqué en un lugar cualquiera, cené pronto y me dediqué a contemplar el ocaso y a rumiar por qué, cuando se hacen ciertas cosas, se hacen tan mal...

Eso sí, pese al enfado, sonreí al recodar a Gredos, a sus maravillas, y a todos aquellos que, al mínimo contratiempo, decidieron abandonar la ruta y volver al cómodo abrigo de sus refugios.

Así no se consigue nada, ¿verdad?