viernes, 11 de noviembre de 2011

(10) Santo Domingo de Silos, oración en paz



"Tras la noche, perturbada por un inquietante sueño (un hombre ante un verdugo, y los dolores propios y ajenos...), sigo la carretera N-234 en dirección a Santo Domingo de Silos. Antes transito por las desviaciones que llevan al Cañón del Río Lobos, y a la Sierra de la Demanda, donde no puedo detenerme, desgraciadamente. Lamento no poder ir allí, lugares que merecen visita, sin duda, pero no se puede vivir todo, ni ir a todas partes.

Previo a llegar al pueblo de hoy, atravieso la espectacular garganta del río Mataviejas, en la que a veces cuelgan pedazos de roca que casi rozan el techo de la autocaravana... Algo peligroso, pero muy emocionante. En Santo Domingo disponemos de un buen párking para pernoctar, desde el que tenemos una buena panorámica de la población.



Es precioso; por supuesto. El pueblo perfecto, de hecho. Apto para espíritus silenciosos que requieren de paz, belleza, montaña y oración. Calles estrechas, casas encantadoras, amplios cielos, sol poderoso, ríos y agua por doquier. Y el Monasterio, claro. Lo he visitado por la mañana, antes de cerrar, después de un vuelta introductoria al poblado. 3,5 euros me costó la entrada; un monje simpático nos ha ofrecido (a todo el grupo), una completa explicación de los detalles artístico-religiosos del claustro. Al final de la charla le he preguntado qué habría que hacer para entrar a vivir en un monasterio como aquel: ser católico, haberte confirmado y poseer una recomendación del párroco local como demostración de que, en los dos últimos años por lo menos, has hecho méritos y votos. Una pena, no tengo (ni tendré nunca...) ninguno de esos requisitos...

Por la tarde, una vez comido y descansado, subo a la ermita, desde donde se aprecia el entorno fantástico que nos rodea. Como hacía tan buen tiempo, decido proseguir el camino a pie, hacia arriba, adentrándome en la sierra unos tres kilómetros. Llego a un "moreco", un túmulo compuesto de pequeños guijarros que celebran la buena vuelta del féretro con los restos de Santo Domingo desde un pueblo cercano, al que había sido enviado para evitar saqueos durante la Guerra de Indepedencia. Pongo mi aportación, y regreso a casa.

Me acerco a la Iglesia, a contemplar el oficio que tenía lugar, muy solemne y ritualizado; pero el templo me gusta, sencillo y sin apenas imágenes ni iconos religiosos, ni figuras divinas... uno casi puede adorar a cualquier dios allí dentro.

Por una feliz coincidencia, estaba previsto un concierto de música sacra esa misma tarde, de modo que me acerco a la otra iglesia para escuchar al coro, un cúmulo de voces elevándose por el mármol de las paredes... Fantástico, se me puso la piel de gallina. Había una miembro del coro que me fascinó... sencilla y con ojos oscuros, mostraba un rostro bondadoso y se adivinaba una figura grácil y delicada bajo esa túnica blanca; me dejó embelesado gran parte de la actuación, para qué equivocarnos...

Vuelvo al caracol con el deseo de proseguir mis lecturas, tratando de capturar la comprensión de la teoría semántica de Donaldson. Mas no puedo; justo en ese momento Ra nos decía adiós, y es Él quien siempre tiene proridad. ¿Puede esperarse que tenga más importancia esa filosofía del lenguaje que la despedida del astro más importante para la Humanidad...



En Santo Domingo la comunión entre paz, serenidad, naturaleza y ese silencio que brota de los ríos y se eleva hasta el cielo, empapando todo el pueblo, es díficil de describir. Los dos días que estuve allí fueron de recuperación mental y física; de catársis emocional; de gloria espiritual. Si uno desea hallar el pueblo insuperable, que lo da todo, debe ir allí.

Mágico, excelso.

Unico.
"

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