martes, 15 de noviembre de 2011

(11) Palencia, urbe caracolera



Me había ido acostumbrando a encontrar, en las capitales de provincia, espacios en general poco acondicionados para los caracoles ruteros que a ellas llegaban (tal vez porque no he conocido demasiadas, hasta el momento). Había excepciones, pero lo más habitual era un simple parking asfaltado, y poco más. Por ello me sorprendí muchísimo cuando, nada más alcanzar la urbe palentina, una buena señalización me permitió hallar un área gratuita con todos los servicios básicos, bien construida, amplia e iluminada generosamente.

Tras aparcar, en medio de un par de caracoles extranjeros, vacío las aguas negras cuando es mi turno (había una pequeña cola...), haciendo lo propio con las grises más tarde, y como viendo cómo iban saliendo y llegado otras autocaravanas de todo año, tamaño y nacionalidad. Sin embargo, todas ellas albergaban parejas muy entradas en décadas... Sigo a la espera de toparme con alguien de mi edad.

Descanso unos minutos y de inmediato me calzo y salgo a patearme las calles. Palencia es sobria, sencilla, aunque bonita. Tal vez no logra la elegancia de Salamanca, ni posee el imponente perfil amurallado de la capital abulense, ni tampoco es tan rica en espacios singulares como Toledo, pero conserva su encanto; sólo por su Universidad, fundada en el siglo XIII (1208), la primera en España, ya merece la visita.

Me adentro en la biblioteca para hojear los diarios y mirar el correo en Internet (llevaba más de quince días bastante desconectado... y no sólo en el sentido cibernauta...). Seguidamente localizo la zona antigua y paso por un par de iglesias antes de inspeccionar la catedral. Sin darme cuenta, no pago la entrada (ignoraba que era necesario), y piso el suelo del monumento durante bastante rato hasta que una señora, algo antipática, me avisa de mi entrada furtiva, y me hace abonar el par de monedas del costo de la entrada. Pago (claro) y prosigo mi ruta por el templo notando ya algo de cansancio, tal vez debido a la matinal sesión de limpieza, o al trayecto recorrido desde Santo Domingo (varios tramos en obras... ha habido que detenerse en algunos momentos), o que a quizá con dos semanas de viaje intenso el cuerpo ya no está tan fresco como el primer día. De modo que regreso, escucho las noticias radiofónicas (deprimentes, casi siempre...), ceno y me cubro con las mantas, pues el ambiente era frío, pese a vivir ya en plena primavera.

El cuerpo puede flaquear. Es natural. Mas el ánimo, la voluntad y el ansia de explorar y seguir conociendo estas tierras no conocen la debilidad. Son eternas. Nunca se agotan.

Por lo tanto, mañana a las siete todos despiertos. Adónde iremos, como siempre, sólo el Hado lo sabe...

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