martes, 14 de junio de 2011

(1) Almansa, primera escala



"Dejar atrás tu tierra es una invitación simultánea a la nostalgia, a la angustia y el gozo. Sales de tu escondrijo, casi materno, y te abres a la carretera, peligrosa y hostil, pero igualmente repleta de magia y ensueño. Todo lo imaginable se halla más allá de ti; sólo tienes que ir a buscarlo.

Al volante, tras un centenar de kilómetros, alcanzo ese bastión manchego que tanta muerte vio hace tres siglos. Un castillo majestuosamente regio preside el paisaje, áspero y modesto. Coloco mi casa junto al cementerio, sitio de espeluzno para muchos pero hogar de silencio y serenidad para el viajero que no desea molestar ni ser molestado. La jornada dominical colma de visitantes y paseantes las calles, que salen y entran en las capillas e iglesias, muy fieles y devotos todos, pero yo me fijo más en los gatos que nutren tejados y cubiertas del casco viejo, mientras me entristece pensar que no veré a los "míos" hasta dentro de dos meses, por lo menos.

Padezco, al recorrer las calles de Almansa, un dolor estomacal tan odioso que me obliga a sentarme en un banco y esperar el alivio. No tarda en llegar. Veo, entonces, a gentes de toda edad y condición a mi alrededor: adolescentes mamporreándose, palomitos achuchándose, vejestorios achacosos... y aunque de nada los conozco, me caen bien, los encuentro agradables, entrañables, aunque en mi ciudad puede que les murmurara por lo bajo cuatro palabrotas bien dichas... Les capto como si yo no estuviera allí, como si me hallara sobrevolando la escena, fuera de contexto y de cámara. Su anonimato les confiere gracia, y me permite respetarlos mejor, consentirlos, agradecer que estén allí. Esto es extraño, pero así lo siento.

Al llegar, tras el garbeo, al santuario, se acerca la noche. El camposanto reposa sereno, inmenso, lleno de almas con nombre y apellidos. Repaso las tumbas, los mausoleos, y noto presencias, ojos escudriñantes, voces que parecen levantarse del suelo... un grupito de vejetes ataviados en negro charlan sentados al lado de las sepulturas. No son muertos vivientes, no. Pero, ¿son vivos murientes? Acaso, ¿no lo somos todos?

El castillo abre sus luces para prenderse enmedio de la oscuridad, y en el cementerio el ambiente tétrico se intensifica. Duermo, no obstante, sin pesar ninguno envuelto por nieblas, y no oigo más que algún becerro con su bocina, que baila al son de la vulgaridad. Sueño calmado, descanso grato, y amanecer más abierto y azul que ayer.

Me pongo de nuevo en marcha, por la mañana temprano. Hay distancia que recorrer, hoy. Arranco y me dirigo hacia...

Esto no ha hecho más que empezar. Restan setenta días hasta la vuelta. No sé qué puede ocurrir hasta entonces. ¿Quién seré yo cuando concluya la travesía?

Ya lo comprobaremos, si los hados así lo desean
".

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