viernes, 17 de junio de 2011

(2) Campo de Criptana, inmensidad de tierra y luz



"El Cerro de la Paz es el lugar elegido, hoy, para dormitar bajo el techo de estrellas. El pueblo queda abajo, en el llano, con sus hogares blanquísimos y sus calles dispuestas casi de cualquier modo. Y, enfrente, tengo cuatro monumentales molinos, carácter idiosincrásico del texto quijotesco y de las amplias llanuras castellanas. Dotan de cuerpo y espíritu a esta tierra inmensa, verdi-terrosa y repleta de contrastes.

Dejé atrás bosques y montañas altas, que aún se percibían en los dominios almansinos, y aparecen ahora suaves colinas, infinidades de campos labrados o esperando el esfuerzo humano, tierras ventosas mancilladas con las efigies de los modernos aerogeneradores, y que se resecan tostadas bajo un sol poderoso que diluye las nubes y permite contemplar el puro azul de un cielo inmaculado.

Mil ermitas jalonan Criptana; también aquí las gentes parecen piadosas en grado sumo, pues decenas de ellas, y de todas las edades, se reúnen en aquellas para cantar y recitar salmos, un coro de voces dulce y extático, mientras Ra se acerca al límite entre la tierra y el firmamento y el día llega a su fin enmedio de telarañas de cirros.



Me aprovisiono con algunos comestibles ofrecidos en la tiendecita del pueblo, regentada por un hombre singular que conoce los precios de memoria (y no son pocos) y los suma en su Casio prehistórica. Penetro unos minutos en la iglesia, curioseo los estantes de la biblioteca municipal, y al volver al Cerro saco mi silla y contemplo ese ocaso, plácido y sin griteríos ni ruidos (los autobuses de escolares habían huido ya hacia los hoteles...).

El viento silba en la noche, aúlla como un lobo que pide compañía a las estrellas, y balancea el "santuario" de forma alarmante, pero me encanta. Salgo a dar un paseo nocturno, porque la oscuridad ayuda a conciliar el sueño, y provoca ensueños, algo que ando buscando. Encuentro algún coche por el camino pedregoso, y hay un perro que parece seguirme, a prudente distancia. Me topo con una especie de refugio medio enterrado en el suelo, y veo desde lejos la llegada de otros dos "santuarios", que se adhieren al mío como buscando protección mutua.

Me quedo unos minutos más, observando el perfil de los molinos iluminados por una Luna dicotómica, y regreso a casa. Aún es pronto, de modo que me sumerjo en los arcanos de la semántica de Carnap, pero no aguanto mucho, y los ojos empiezan a cerrarse sin mi consentimiento. Mas soy muy indulgente, de modo que no les repruebo y alzo el pie con fuerza para subir a la alcoba, me impulso y ... "¡cloc!", me doy con toda la testa en el techo, y me quedo allí, tumbado y viendo estrellas (dentro de mí, claro), dolirido y con cara tonta...

Cuando baja la hinchazón, me adormezco, medito acerca de dónde estoy (y quién soy, y quién he sido), pero tampoco demasiado (el topetón debe haberme desorientado las sinapsis...), y entro en el sueño, al tiempo que el viento arrecia; mas apenas lo percibo, zozobrando ya en las aguas somnolentes de la inconsciencia.

El Quijote debe pasearse en estas noches cerca de sus apreciados gigantes. Quizá haya batalla. Estaremos, pues, a la escucha."

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